Armadura

Febrero. Ciclo dei mesi. Maestro Wenceslao, c. 1400. Castello del Buonconsiglio, Trento.

Kalendae Februariae : Iuno Sospita Mater Regina, Ceres

En el Trentino, en febrero, el tiempo es tan frío que no hay labor en los campos, la tierra duerme bajo la nieve, el trigo no se sembrará hasta la primavera. El frío no hace tan duro el quehacer del herrero. Trabajar en la fragua hace soportable el frío del invierno. En un rincón, junto a los grutescos de la ventana, está la única actividad no noble del mes de febrero del Maestro Wenceslao. Como en los vasos de figuras negras, en las estelas romanas, los mismos elementos: el yunque, las tenazas, el martillo, los mazos…, la fragua con fuelle, el delantal de cuero que protege al herrero de cabello y barba blanca. Duro y prestigioso trabajo de más de tres mil años. Los mismos gestos, las mismas herramientas, las podemos ver hoy en las fraguas artesanales que aún subsisten.

Tampoco el frío anima a los habitantes del castillo a salir a los campos al paseo y al disfrute bucólico. Los nobles han encontrado una actividad cuando la época del año no es propicia para la guerra, para las numerosas guerras de la época, para esa eterna Guerra de los Cien Años que va implicando a distintos estados europeos. Para ese Imperio Bizantino cada vez más disminuido cercado ya por los turcos. Pero el caballero, el hombre cuyo oficio son las armas no puede estar ocioso. No puede dejar el entrenamiento que le permitirá cuando el tiempo sea favorable, cuando los prados estén verdes, cuando los caminos no sean un barrizal, luchar de verdad. El equipo del hombre de armas necesita del hierro. El herrero del mes de febrero de la Torre dell’Aquila podría ser parte del servicio de herrería y de reparaciones de las piezas y ornamentos de hierro necesarios en la economía del castillo, donde el hierro y el acero eran parte de la armadura de los caballeros y de los caballos, de las espuelas, de los estribos y de las herraduras.

No hay nieve ni hielo en una explanada al pie del castillo. Las damas, con sus tocados, con sus coronas se asoman a las ventanas o están al aire libre, mirando lo que ocurre en la explanada: un torneo. Ahí se entrenan los caballeros, adquieren fama, no se entregan a la ociosidad del invierno que paraliza la guerra. Son admirados y elegidos por las damas, se entregan al juego cortés que desde hace dos siglos suaviza los rudos comportamientos.

Estamos en 1400, el último siglo de la Edad Media. La Edad Media desde los tiempos de Carlos Martel es la era del caballero y del caballo. Los ejércitos de la Antigüedad, la falange hoplita de las polis griegas, la falange macedónica de Alejandro, las legiones romanas fueron ejércitos de infantería. La caballería solo fue un cuerpo auxiliar y completamente inútil en la batalla. Hay algo, una pieza pequeña, si pensamos en todo lo que necesita un guerrero, una pieza que realiza el herrero en su forja, que desde el siglo VIII es decisiva y cambiará la historia de la guerra. Conocido por los chinos, utilizado por los hunos, por los ávaros en el siglo VII, el estribo llega a Europa occidental. El jinete de la antigüedad, como Marco Aurelio en su estatua ecuestre carece de él. Careciendo de silla y estribo el jinete no puede cargar pues necesita mantener el equilibrio y al primer choque es desmontado. El mismo jinete provisto de silla y estribos, protegido por la cota de mallas, es un combatiente ofensivo temible.

Varios caballeros se ven en la pintura. Es un torneo, una batalla simulada, en la que sin embargo podía haber accidentes mortales. Combaten en melée no en combate singular. Los caballos, hay que recordar que el caballo es la parte más importante del caballero, van protegidos con testeras y bardas, capaces de quebrar las lanzas de madera con las que se atacan. Los caballeros protegen la cabeza con el yelmo con celada, vemos a la derecha como un escudero se lo pone al caballero. Y la armadura, la armadura todavía en estos inicios del siglo XV no es la “armadura blanca”, la armadura de piezas de hierro, la que asociamos siempre con la palabra armadura. Piezas de hierro protegerán las piernas, pero debajo de sus trajes borgoñones de largas mangas, inútiles para pelear de verdad, pero buenos para presumir ante las damas, llevan la cota de mallas. La protección férrea que tiene ya casi mil años, que ha protegido de tantas flechas y golpes de espada, como ha provocado la muerte cuando los anillos se han clavado en la carne, en heridas superficiales que desencadenan infecciones mortales.

Caballeros peleando en un torneo ante las damas. No puedo dejar de compararlos con una bandada de pájaros de vistoso plumaje buscando la atención, la elección de la hembra. No están bien esas comparaciones simplistas de la sociobiología, pues la sociedad humana, sus motivaciones en cada época son mucho más complejas. En el siglo XV cuando estamos en el otoño de la Edad Media la caballería es un ideal, y el valor, la conquista del miedo sin temeridad, relacionado con la virtud estoica de la Fortaleza, de la Fortitudo que heredó la Europa cristiana del mundo antiguo queda englobado dentro de ella. El caballero medieval, cada vez más protegido por su armadura de hierro, no tiene el supremo sacrificio de perder de la vida como objetivo. El hecho de protegerse tanto, no estarán tan protegidos los ejércitos de los siglos posteriores, es prueba de ello. En la batalla se intentaba tener las menores bajas posibles, hacer prisioneros y pedir rescate. Incluso en esa Italia a la que estas tierras del emperador pertenecen por cultura, las batallas se pactan, y batallas tan famosas en la historia del arte como la batalla de Anghiari en 1440 que pintó Leonardo, solo tuvieron un muerto y porque murió pateado por su caballo.

El torneo durará unas horas en la mañana, es de esperar que lo peor que pueda pasar sea alguna herida superficial y unos cuantos hematomas, que ni siquiera haya huesos rotos. Damas y caballeros se sentarán a comer en la misma mesa larga formada por tablas sobre caballetes en la caldeada gran sala del castillo. Habrá risas y alegría en unas horas. Dentro de unos meses alguno de esos caballeros del torneo partirá a las guerras de verdad.

1400 ellos no lo saben, pero su mundo, el mundo del caballero ha empezado ya su ocaso. Las armas de fuego, la artillería de trabuco que dispara piedras y no balas de fundición se está usando desde hace casi cien años. De momento solo tiene un efecto psicológico, tiros muy espaciados y de escaso alcance. Pero cincuenta y tres años después un cañón que dispara piedras abrirá brecha en las murallas de Constantinopla. Y a los cañones seguirán los arcabuces y otras armas de fuego. La armadura comenzará a ser inútil y también el valor en la lucha singular a caballo. El caballo es un ser vivo, es vulnerable a distancia, un tiro de arcabuz puede dejar desmontado al caballero, antes de luchar con su igual. Y quien le dispara no será un noble, cualquier soldado de a pie puede hacerlo. En poco más de un siglo los ejércitos, como en la antigüedad, volverán a ser de infantería en sus formaciones más numerosas. Movilizarán a cantidades de hombres impensables en la Edad Media. Poco a poco la caballería retrocede. En el siglo XIX se verá ya su total decadencia: en la Guerra de Crimea, en la Guerra de Secesión. Hasta que en esas mismas tierras del los Alpes italianos en donde pintó el Maestro Wenceslao, en 1942 ocurra la última carga de caballería de la historia. Del trabajo del herrero que repara armaduras y fabrica herraduras para los caballos saldrán las grandes fundiciones de cañones, las industrias del armamento y ya no habrá lugar para los hombres valientes en combate singular en la batalla.

Anónimo c.1450 – L’homme armé

L’homme, l’homme, l’homme armé, / El hombre, el hombre, el hombre armado,
L’homme armé / El hombre armado
L’homme armé doibt on doubter, doibt on doubter. / El hombre armado debe ser temido, debe ser temido.
On a fait partout crier, / Se ha mandado decir por todas partes
Que chascun se viengne armer / Que cada hombre debe armarse
D’un haubregon de fer. / Con una loriga de hierro.

Traducción de L’homme armé procedente de Wikipedia.

11 pensamientos en “Armadura

  1. Me encantan esas fechas en latín; nunca estudié tanto latín como para aprendermelas con fluidez, pero era una de mis asignaturas favoritas; de hecho, una de mis opciones para la universidad era hacer clásicas. Me gusta verlas porque recuerdo aquellos tiempos. Perdona, es solo un comentario intrascendente.

  2. Caballeros, torneos y justas, lanzas y espadas, yelmos, escudos, lorigas, armaduras y cota de mallas, sillas, estribos y espuelas. Damas. Unas pinceladas del juego cortés: pavoneo en ellos y coqueteo en ellas. La confraternización tras el entrenamiento… La aparición de esas armas infamantes y el final de la caballería. Leerte es viajar, Hesperetusa: tú indicas un camino a tus lectores, pero son ellos quienes deciden (quienes decidimos) el destino. El mío, en este caso, tiene taanto que ver con la infancia… Estoy pensando en un tal Brian de Bois-Guilbert y otro tal Ivanhoe, de quien lograste convencerme que era un sosaina 😉

    Torneos, y no justas. Armas diferentes. Entrenamiento, diversión o mera competición; nunca un desafío, aunque es fácil pensar que, teniendo público a quien impresionar, las acometidas de los caballeros serían muy diferentes a las empleadas en una lid sin espectadoras. No sé si más graves, pero sí más valerosas e incluso estéticas. Seguro. Siempre ha ocurrido así.

    Pero como todo, los torneos también debían ser objeto de regulación. Normas consuetudinarias, costumbres, que luego se convirtieron en regla escrita. Así es como se ha construido el Derecho. Alfonso X el Sabio fue el primero en establecer una normación sobre los juegos, el Ordenamiento de las Tafurerias, en donde se establecían no sólo las reglas, sino también la sanciones a los tramposos e incluso las multas a quien exhibiere su mal humor poniendo en peligro el sosiego que debe reinar en tales circunstancias 🙂 La Ley VII no tiene desperdicio: «Qualquier que firiere en el tablero de punta de cuchillo, por cada ferida que diere, que peche medio mri.[maravedí] de la moneda nueva, e si diere del cuchiello, que pecue un mri. de esta misma moneda por cada ferida. Otrosi, si lo quebrantare de piedra o de otra manera, que lo peche, pero si lo quebrantare en su cabeza mesma, que sea quito de lo non pechar». Es decir, que si el jugador enojado es capaz de partir el tablero con la su testa, que non peche nada, que el mocetón ya se lleva lo suyo, Normas llenas de sentido común, como podéis ver. En cuanto a los torneos, su bisnieto Alfonso XI, a través de las Ordenanzas de la orden de la caballería de la Banda, también instituyó lo que debía ser costumbre:

    «Decimos que la primera cosa que deben facer los fieles quando los Caballeros quisieren comenzar el torneo, que han acatar las espadas, que las non trayan agudas en el tajo nin en la punta si ñon que sean romas, et eso mesmo que caten que non trayan agudos los aros de las Capelinas: et otrosí que tomen Jura a todos los Cavalleros que non den con ellas de punta en ninguna guisa ñin de revés al rostro; et otrosí si a alguno cayere la capelina o el Yelmo quel non den fasta que la ponga; et otrosí si alguno cayere en tierra quel non atropellen: et otrosí hanles de decir los fíeles que comienzen el torneo quando tameren las trompas o los atabales, et quando oyeren tañer el añafil que que se tiren fuera, e se recojan cada uno a su parte; et otrosí decimos que si el torneo fuere grande de muchos Cavalleros en que haya pendones de cada parte, e se oviesen a travar los Cavalleros los unos de los otros para se derrivar de los Cavallos, que los Cavallos de los Cavalleros que fueren ganados de la una parte e de la otra què sean levados a do estudieren los Pendones, e que non sean dados a los Cavalleros que los perdieron fasta que sea el torneo pasado; et otrosí decimos que desque fuere pasado el torneo, que se deven ayuntar todos los fieles, e decir e escoger por la verdat que son tenudos de decir asi como fieles, segunt su entendimiento qual Cavalléro obo la mejoría del torneo, también de los de una parte como de la otra, por que den prez al un Cavalléro de la una parte, e al otro de la otra que fallaren que andudieron y mejor: et si fuere el torneo de treinta Cavalleros ayuso decimos que haya y quatro fieles de la una parte e otros quatro de la otra, et si fuere de cinquenta Cavalleros o dende arriba, que sean ocho fieles de la una parte, e otros ochos de la otra, e sí fuere el torneo de cient Cavalleros o mas que sean doce fieles de la una parte, e otros doce de la otra.»

    Os confieso que entiendo mucho mejor estas leyes que las actuales.

    Por último, y ya que has hablado de melée, si hay algo en la actualidad que me recuerda vagamente a esos torneos medievales, ese algo es el rugby. Un deporte presuntamente violento, pero no tanto, en el que quien pierde aplaude al victorioso. Para quienes no lo conozcan, el objetivo colocar el balón detrás de la raya que defiende el equipo contrario. Eso se llama ensayo (try), y se le dota con unos puntos. Gana el equipo que más puntos obtiene. Una de las reglas principales de este deporte es que está prohibido pasar el balón al compañero hacia adelante con la mano, Aprovecho que en este fin de semana ha dado comienzo a la competición de rugby más famosa del mundo, el Torneo VI Naciones (me gustaba más cuando era el V Naciones), para dejar aquí un video del que se considera el mejor ensayo de la historia:

  3. Por cierto, escuchar la música que has puesto mientras se lee tu entrada debería norma de obligado cumplimiento. Forma parte de Jeanne d’Arc, de Jordi Savall & Co. ¿verdad? Maravilloso.

  4. Acabo de descubrir tu blog bucando información sobre Mario Praz del que estoy leyendo algunas de sus obras. Ahora comenzaré «La carne, la muerte y el diablo». En otro lugar escribes sobre su Casa Museo, del que no tenía idea, sin duda en un futuro viaje a Roma lo visitaré, me ha parecido muy interesante. Ahora estoy dando una vuelta por tu blog y encuentro muchos temas que me interesan y sobre las que publico en algunas entradas como esta en la que aparecen unos fragmentos de la introducción a la obra de Praz «El pacto con la serpiente»:

    http://barzaj-jan.blogspot.com.es/2012/11/el-pacto-con-la-serpiente.html

    Espero que pueda ser de tu interés . Una suerte haber encontrado este sitio al que dedicaré algunos ratos de lectura. Saludos

    • Bienvenido Jan, y gracias por tu comentario.
      Ahora no tengo mucho tiempo para dedicar al blog, como saben los habituales del bosque, pero comentaré dentro de unos días.
      Mario Praz es un estudioso inmenso y La carne, la muerte y el diablo un estudio definitivo sobre el romanticismo.
      Su casa en Vía Zanardelli que he visitado tres veces, fascinante. Lástima que no sea el «apartamento» de Vía Giulia.

  5. Torneo y no justa, claro que sí. Esos caballeros del Trentino con sus elegantes trajes están en una situación muy diferente de la de Ivanhoe y Brian de Bois Gilbert en la ordalía de Rebeca. Eso sí es una justa, donde Brian de Bois Gilbert mirando a Rebeca acaba con un palmo de acero en el cuerpo de una espada que no está precisamente acatada, que la de Ivanhoe, por muy sosaina que fuera, la trayo aguda en el tajo y en la punta y ñon era roma, vamos, que no era precisamente una espada “cortés” como se le llamaba a las armas de los torneos.

    “Armas corteses”, porque ni pinchaban ni cortaban en teoría, así está en la ordenanza de Alfonso XI que citas. Y las lanzas no tenían punta metálica. Estaban pensadas para no dar tajos, pero golpes sí que darían sin ninguna cortesía. Y tuvo que haber muchos accidentes que acabaran mal. Quizá el más famoso de todos es el de Enrique II de Francia, ya del siglo XVI, en 1559. Un torneo en el que se celebraban los esponsales de su hija Isabel de Valois con Felipe II. Una astilla grande de la lanza de su contrincante atravesó la celada del yelmo y le entró en un ojo. Por más que Felipe II le mandara a Andrea Vesalio para que lo atendiera, Enrique II murió de una forma horrible.

    Se viaja en el tiempo con mis escritos pero también aprendo por el camino. No conocía los datos jurídicos de los torneos tanto con Alfonso X el Sabio como con Alfonso XI. Hay algo que me ha llamado la atención aparte de lo coherente que puedan ser algunas cosas como la de: si lo quebrantare en su cabeza mesma, que sea quito de lo non pechar. Y es que pese a que estamos en los siglo XIII y XIV, esas ordenanzas y la lista de multas tienen algo de mucho más antiguo. Me han recordado las listas del wergeld merovingio, de los siglos VI y VII, que tengo en viejos resúmenes. Había una lista de multas en metálico para todo tipo de delitos de sangre. Recuerdo que la multa más alta era la muerte de una mujer embarazada, con buen criterio esos francos pensaban que se mataba a dos personas, hasta si se quebraban huesos, que también tenían precios diferentes dependiendo del hueso. Creo que esto responde a una sociedad todavía nómada o itinerante en la que desde luego la vida humana no es muy respetada. No sé si existen listas de este tipo en el derecho romano. Pienso que en los casos que has citado, está más presente el viejo derecho germánico visigodo, que supongo que sería parecido al de los francos, que el derecho romano.

    • No conozco esa figura del wergeld, pero me parece que son indemnizaciones como consecuencia de daños ocasionados a las personas, daños personales. El concepto de indemnización, o reparación del daño causado, es tan antiguo como el derecho mismo. El código de Hammurabi ya lo contempla al limitar el alcance de la venganza privada, con la pena del talión (tienes derecho a exigir, por tu ojo dañado, un ojo, y no más; así es como habríamos de entender el famoso «ojo por ojo») que, básicamente, aplicaban los romanos en su régimen de las XII Tablas cuando se producía la mutilación o inutilización de un miembro («membrum ruptum»), salvo composición voluntaria (acuerdo privado entre ofensor y ofendido mediando un pago). Si los daños consistían en fracturas («os fractum»), había una indemnización a tanto alzado distinta según que el ofendido fuera hombre libre o esclavo y que ascendía a 300 o 150 ases, respectivamente; y si eran lesiones menores («iniuriae») la indemnización era de 25 ases. Por otra parte, los romanos instauraron un sistema de responsabilidad por daños materiales («damnun iniuria datum» , sistema establecido en la Lex Aquila) que en su filosofía es idéntico al que tenemos en la actualidad: se trataba de valorar el quebranto que sufre el patrimonio del domine como consecuencia del hecho, valorando no sólo el valor del objeto perdido o dañado (daño emergente) sino también las pérdidas generadas por la imposibilidad de usar ese objeto (lucro cesante). Era indiferente que el daño fuera ocasionado dolosamente o por negligencia.

      Aparte de esto, no sé si existe en derecho romano un sistema de multas como el del Ordenamiento de las Tafurerías, o de indemnizaciones como el wergeld a que te refieres. Sospecho que tienes razón, y que las indemnizaciones a tanto alzado como consecuencia de esos daños personales, dejando de lado lo ya visto de las XII Tablas, es más creación germánica que romana.

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