Capitel palaciego

Capitel del Palacio Ducal de Venecia, Siglos XIV – XV

Idus Apriles: Iuppiter Victor, Ludi Ceriales

Venecia es una ciudad diferente, parece una obviedad, pero lo es, más allá de quien ha visto cientos de veces sus imágenes por televisión, en el cine y fotografías por todas partes. Lo es como no lo saben la mayoría de visitantes que ha tenido y tiene en los tiempos de turismo masivo. Nada digo de otros tiempos, de viaje lento, de la época del Grand Tour. El turismo masivo sólo se concentra en dos puntos: la Piazza San Marco con su prolongación en la Riva degli Schiavoni y el Puente de Rialto. Algo también en Santa María della Salute y la Punta della Dogana con su horrible estatua del niño de plástico que necesita un vigilante para que alguien con arrojo y sentido estético no la destroce y la tire al mar. Yo estuve hace unos años unas horas en Venecia, trabajando. Mi Venecia de entonces no fue más que un caos de multitud y ganas de salir corriendo. Aquella no fue la Venecia que estudié en otros tiempos, apenas pude ver nada. Como todos los turistas, aunque yo no fui turista entonces, no pasé de los tres primeros puntos. Hice una sofocante cola para entrar en la Basílica de San Marcos y vi la Palla d’Oro. La Plaza de San Marcos tenía una multitud tan grande aquel día de junio de 2005 que apenas podía ver nada por encima de las cabezas. Tenía ganas de salir corriendo sí, pero sabía que a Venecia le esperaba otra oportunidad, en otra época del año, con otras circunstancias, y también que había que huir a ser posible de los puntos siempre fotografiados, los que siempre salen en los reportajes, porque había “otra” Venecia.

Volví a Venecia hace poco más de un mes, en una época todavía fría. Es imposible que Venecia no tenga visitantes, pero son muchos años de patear ciudades históricas europeas para comprobar que la ley del turismo se cumple siempre. Hasta en Venecia, tan pequeña en el fondo. Fuera de los tres puntos mencionados la ciudad es visitable y en muchos lugares hasta desértica. Pero tarde o temprano se llega a los lugares de la multitud, a los lugares emblemáticos. Tampoco se puede escapar de ellos.

¿Cuántas veces en mi vida habré visto imágenes de la Plaza de San Marcos y del Palacio Ducal? Además, se trata de un espacio estudiado en otros tiempos y ahora, tanto en su aspecto histórico-político como artístico. Pero como siempre hay que estar allí para darse cuenta de qué enorme mentira son las imágenes en movimiento y las fotografías. Los inicios de marzo no son época de multitudes, los tiempos que vivimos tampoco. Esta vez Piazza San Marco era accesible a la mirada y entonces es posible el hallazgo, la sorpresa en lo que se creía ya visto.

En otro momento escribiré sobre el gótico de Venecia, porque me sacaría del tema de esta entrada. Venecia es la ciudad más gótica de Italia, pero su gótico es diferente. Todo en Italia es “diferente”. Es curioso que estudiamos en arte europeo teniendo como paradigma el arte italiano sin darnos cuenta verdaderamente que el arte italiano es la excepción, no la norma. Sí se lee en los libros de historia del arte sobre Venecia, sus palacios góticos y sobre todo el Palacio Ducal. el palacio sede del gobierno de la Serenísima República, no teniendo en cuenta lo extraño, lo excepcional que es ese palacio si se lo compara con otros edificios del gótico civil de otros lugares de Europa.

La planta baja del Palacio Ducal tiene unos soportales, una loggia, que da tanto a la Plaza de San Marcos como a la Riva degli Schiavoni. Unas columnas de distinto grosor, sin basa, cortas, rechonchas, pesadas, que casi no merecen el nombre de columnas, sostienen el primer piso de arcos ojivales. Entre los fustes y el arranque del arco hay unos curiosos capiteles. Bajo un ábaco octogonal, en casi todos ellos se desarrolla una decoración vegetal que recuerda al acanto clásico, pero que no tengo por seguro identificar que sean acantos, otras hojas que podrían ser hasta de lechuga, o una traducción vegetal-naturalista del motivo abstracto de la palmeta a lo largo de más de dos mil años. Ernst Gombrich dixit, no yo. Venecia es diferente, Venecia es una ciudad sin árboles. Solo en un campo, porque Venecia solo tiene una plaza, la Piazza San Marco, lo demás son campi, vi dos o tres árboles. Muchos siglos antes de los arquitectos prima donna que inventaron las plazas invivibles de nuestras ciudades en los años ochenta de un siglo ya pasado, en un milenio ya fenecido, esas plazas las tenían en Venecia, pero porque no había más remedio.

Con el estilo gótico comenzó una sensibilidad nueva y la vegetación de Europa trepó por los fustes de las columnas, por los baquetones de los pilares para instalarse en los capiteles. En Venecia tan falta de verdor, de paisaje, una vegetación de piedra se despliega en los capiteles del Palacio Ducal. Dura y pétrea es la Plaza de San Marcos que incluso en un día de principios de Marzo hay que huir del sol inmisericorde. Pero para eso está el fresco soportal del Palacio Ducal. Una sombra acogedora y lentos pasos para ir dándose cuenta como esos capiteles tienen una “anormalidad”. Los libros repiten que el gótico se caracteriza por la decoración vegetal, que el capitel historiado con escenas es propio  de estilo anterior, del románico…, pues aquí está la excepción: unos capiteles góticos, de un palacio gótico sin ninguna duda, pues el actual Palacio Ducal es de los siglo XIV y XV, tiene en los capiteles de las columnas, escenas, historias, como si en lugar de tallarse a finales del siglo XIV y en el siglo XV se hubiera hecho en el siglo XII.

Ahora el paso se hace más lento. A la sombra, en la parte interior del soportal voy mirando con más detalle las escenas entre el acanto o la lechuga. Caras, cabezas, aves como en el románico, guirnaldas, cestos de fruta y… una pareja acostada, bajo la misma sábana, abrazada, ella con el largo pelo suelto, él con el cabello rizado. Curioso, esto se pone interesante. Vamos a ver que hay en las otras partes del capitel. Si desde dentro del pórtico se va hacia la derecha se ve el resultado de tales prácticas yacentes. Si se va hacia la izquierda se ven los preliminares porque la pareja está besándose.

Para ver toda la historia hay que salir al sol de la plaza y dar la espalda a la Biblioteca Marciana. Porque ahí es dónde está la primera escena, la que da origen a todo: en algo que parece una construcción almenada, como un balcón está una mujer, fuera a su misma altura, pero hemos de imaginar que más abajo, está el hombre de pelo rizado. Antes que se escriba Romeo y Julieta y que Cyrano de Bergerac hable a Roxane en la oscuridad de la noche tenemos una escena del balcón. Bien sigue el cortejo porque este continúa a medida que nos movemos un poco a la derecha. En el mismo nivel, hablando de tú a tú están el hombre y la mujer. Aún no se tocan. Ella lleva la mano izquierda a su corazón y levanta la otra como con sorpresa. Él tiene las suyas cruzadas también a la altura del corazón y vemos que porta espada. ¿Es un caballero? Estamos en Venecia, la sociedad veneciana era diferente de la resto de Italia y de Europa, pues hasta las más ricas familias patricias se dedicaban al comercio, aunque eso no excluye la lucha por el control de territorios. Avanzamos un poco más y vemos la espalda de la mujer en la escena siguiente, su largo pelo se recoge en trenzas que caen por su espalda. De nuevo están ambos uno frente a otro, ella con su mano izquierda corona al hombre, ambos unen sus manos derechas. Puede resultar extraño hoy pero enseguida se puede interpretar la escena como la ceremonia de matrimonio. Estamos en Venecia a finales del siglo XIV o principios de siglo XV. La ciudad es pequeña, su singularidad de estar construida en las islas de la laguna es su defensa desde hace siglos, pero también su límite territorial. La ciudad no puede crecer más, las ciudad sólo puede sostener a un número de habitantes determinado. Estamos en tiempos donde la muerte hace brechas en las poblaciones, por medio de epidemias, de hambrunas y corta esperanza de vida, pero aún así no se puede crecer de manera indiscriminada. Por más cerca que Venecia esté situada inmediatamente al oeste de la Línea de Hajnal es un territorio que por sus características físicas, una ciudad creada en las islas de la laguna sin dominios en tierra firme hasta bastante avanzada su historia, una economía basada en actividades urbanas, artesanado, comercio, navegación, su espacio escaso que no permitía la superpoblación. Esa joven cortejada en el balcón de su palacio, de su ca’ veneciana, no sería una adolescente sino una veinteañera, y el joven caballero que se casa portando su espada al cinto es posible que estuviera más cerca de los treinta años que de los veinte. Como en tantos lugares de Europa occidental, los matrimonios, fuera de las casas reales que nunca se pueden tener por modelo social, serían tardíos si se compara con lo que era y sigue siendo habitual en tantas partes del mundo. Solo Europa occidental ha presentado a lo largo de siglos esta característica antropológica, el matrimonio tardío, sobre todo en las mujeres y un alto número de individuos que jamás se casaban. Años de fertilidad que se no se utilizan controlan el crecimiento de la población.

Sigamos moviéndonos hacia la derecha. Todos los requiebros, todas las promesas, todo lo que se hayan dicho y escrito durante el cortejo pueden decírselo y realizarlo ahora sin vigilancias y sin barreras. De nuevo están uno frente al otro a punto de besarse. Sigamos avanzando. Ahora desde la sombra del soportal se puede ver de frente la fachada de la Biblioteca Marciana, es como si el escultor hubiera querido ocultar de las miradas de la plaza esta escena tan íntima, de ambos en la cama. Vemos el largo cabello de ella suelto y sus brazos alrededor del cuello de él, el embozo de la sábana, sus pliegues, las almohada donde ambos reposan sus cabezas, donde se ve como la mirada de uno está fija en los ojos del otro. Un poco más a la derecha y vamos saliendo de nuevo hacia el sol. De nuevo el uno frente al otro, de nuevo mirándose. El tocado de ambos ha cambiado. Ella no peina sus trenzas sino que tiene el cabello cubierto. Él lleva uno de esos gorros que estuvieron de moda principios del siglo XV, moda borgoñona como los tocados de Felipe el Bueno. Pero ya no son dos, son tres. Entre ambos sostienen al hijo, al pequeño fajado como era costumbre, envuelto en vendas. Cuando el cortejo avanzaba y ambos sabrían ya que acabaría en matrimonio ¿Pensaría ella que varias veces durante años pondría en peligro su vida? Cuando una mujer da a luz la muerte la toma de la mano. ¿Pensaría él que esa esposa a la que amaba podría morir como morían tantas madres? Pero todo ha salido bien, ahí están felices, mirándose por encima de la cabeza del hijo al que ambos sostienen.

Vamos un poco más hacia la plaza. La pareja, ahora trío, a la que se la ve más madura, que ha perdido el aire juvenil de la primeras escenas aunque no hayan pasado muchos años sigue mirándose, y siguen sosteniendo entre los dos al hijo o a la hija, pues es imposible saberlo, no ya porque sea una escultura pequeña entre la vegetación que decora el capitel, sino porque a los niños hasta bien entrado el siglo XIX se los vestía de niñas en sus primeros años. Niño o niña poco importa, se los ve felices con el hijo que va creciendo, que ya tendrá dos o tres años. Casi estamos ya en el exterior de nuevo, casi damos la espalda a la Biblioteca Marciana, el sol a esas horas de principios de la tarde, pasado el medio día deslumbra y no se acaba de apreciar al principio que es lo que vemos. La pareja que siete escenas antes comenzaba su cortejo, ella ahora con su tocado de mujer casada, él con su bonete borgoñón. No se miran el uno al otro, ella se lleva la mano derecha a la mejilla y hace un gesto de dolor. No sostienen a su hijo porque su hijo está tendido ante ambos, pequeño cuerpo rígido con los brazos a lo largo y las manos cruzadas. Muerto.

Una Historia en Piedra

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Friedrich Rückert – Gustav Mahler
Kindertontenlieder 1904

Wenn dein Mütterlein / Cuando tu mamá
Tritt zu Tür herein / viene hacia la puerta,
Und den Kopf ich drehe, / y giro la cabeza,
Ihr entgegensehe, / para observarla,
Fällt auf ihr Gesicht / mi mirada no cae
Erst der Blick mir nicht, / primero hacia su rostro,
Sondern auf die Stelle / sino sobre el lugar,
Näher nach der Schwelle, / cerca del umbral,
Dort wo würde dein / donde tu carita
Lieb Gesichten sein, / solía estar,
Wenn du freudenhelle / cuando tú, radiante de alegría,
Trätest mit herein / entrabas, también,
Wie sonst, mein Töchterlein. / como de costumbre, hijita mía.

Wenn dein Mütterlein / Cuando tu mamá
Tritt zu Tür herein / viene hacia la puerta
Mit der Kerze Schimmer, / a la luz de la vela,
Ist es mir, als immer / me parece como si
Kämst du mit herein, / estuvieras entrando,
Huschtest hinterdrein / fugazmente tras ella,
Als wie sonst ins Zimmer. / como solías hacer, a la habitación.

O du, des Vaters Zelle / Oh tú, trocito de tu padre,
Ach zu schnelle  / ¡Ay, tan pronto,
Erloschner Freudenschein! / mi alegría, tan pronto extinguida!

La traducción es de Kareol con algunas revisiones mías.

Ars Germaniae

Matthias Grünewald, Altar de Isenheim: Anunciación, Natividad, Entierro de Cristo y Resurrección. c. 1505. Museo Unterlinden, Colmar (Francia)

Ante diem sextum decimum Kalendas Ianuarias: Saturnalia
Dies Lunae

Como país de arte no se piensa en Alemania como primera opción. Alemania está unida a la idea de la música, pero tampoco fue un territorio musical de primera fila hasta el siglo XVIII. El gótico, que se consideró el arte germano por excelencia en el romanticismo, es obra del archienemigo francés. En los comienzos del Renacimiento, Alemania tiene a un grande de la pintura: Albrecht Dürer, Alberto Durero. Pero el territorio germano, el territorio durante casi mil años del Sacro Imperio Romano Germánico, el territorio dividido política y religiosamente, quedó como rezagado o marginal entre los dos espacios artísticos más dinámicos de los inicios del mundo moderno, el mundo del arte flamenco y el del arte italiano. El mundo germánico quedó muchos años más cerca de la sensibilidad de finales del gótico, como también le ocurrió al espacio ibérico.

Cuando se viaja por la zona renana, la Selva Negra o Baviera, en las iglesias de los pueblos, en las catedrales, en los museos, se ven cosas que no nos resultan  extrañas. No es que el arte italiano resulte extraño, pero es demasiado hermoso, demasiado clásico incluso en la edad media. La abundancia de la escultura religiosa en madera, muchas veces policromada, los grandes retablos, el expresionismo patético de las escenas religiosas, las capillas abiertas a la calle con escultura de terracota. No, no fue el mundo italiano quien influyó en el sentir artístico de tierras situadas a más de tres mil kilómetros de las del imperio. El mundo artístico germano y el de la península ibérica están más cerca de lo que parecen.

Hay otro rasgo inquietante en el arte germánico, un rasgo que no tiene el arte italiano y que aunque en el arte flamenco está, en el Bosco, en Pieter Bruegel el Viejo, no tiene el desarrollo que se da en ciertos artistas alemanes. Francisco de Holanda cita a Miguel Ángel en su opinión de la pintura flamenca: “su pintura se compone de telas, construcciones, verduras de campos, sombras de árboles, y ríos y puentes que ellos llaman paisajes, y muchas figuras por aquí y muchas figuras por allá”. Quizá podríamos llamar a la pintura, al arte italiano del renacimiento, un arte en verdad humanista, un arte centrado en la figura humana, que aunque esté en grupo siempre destaca la individualidad. El arte de la pintura del norte es más el del detalle, pero en el arte germánico, en pinturas como la de La batalla de Alejandro de Albrecht Altdorfer, en los grabados de Durero, en la pintura de Grünewald y sus diablos, que aparecen en el documental, hay algo más que «muchas figuras por aquí y muchas por allá», en esas obras está la multitud, la multitud amenazante, la masa. La masa, el monstruo de los mil rostros sin individualidad.

Seguiré en otra ocasión porque este documental se me ha cruzado con viejos temas y borradores.

El Arte de Alemania
Andrew Graham-Dixon

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Heinrich Isaac (1450 – c.1517) – Innsbruck, ich muß dich lassen

Innsbruck, ich muss dich lassen,
ich fahr dahin mein Strassen im fremde Land da hin.
Mein Freud ist mir genommen,
die ich nit weiß bekommen,
wo ich im Elend bin.

Groß Leid muss ich jetzt tragen,
das ich allein tu klagen dem liebsten Buhlen mein
Ach Lieb, nun lass mich Armen
im Herzen dein Erbarmen
daß ich muss von dannen sein.

Mein Trost ob allen Weiben,
Dein tu ich ewig bleiben stets treu, der Ehren fromm.
nun muss dich Gott bewahren,
in aller Tugend sparen,
bis daß ich wieder komm!

No hay traducción de momento.

Oy comamos y bevamos

Danza de la Muerte, Cracovia, finales del siglo XVII. Exposición: Polonia. Tesoros y colecciones artísticas

Deambular por las salas de una exposición de la que no tenía noticia una hora antes. Buscar la famosísima obra que no creía poder ver jamás en el original. Encontrar la más hermosa pintura de todas, a la que jamás hará justicia ninguna fotografía y encontrarse con este extraño cuadro, fuera de su tiempo. Casi a las puertas de la Ilustración, los fantasmas medievales del siglo XIV se representan en óleo sobre lienzo, en los últimos baluartes de Europa Occidental. El siglo XVII fue tan terrible como aquel en que apareció por vez primera la muerte negra y solo las modas, los instrumentos y los pasos, cambiarían el tono de la danza. Pero siempre que veo este tema con la danza, no los memento mori ni las postrimerías, sino la danza, pienso que la danza y la música es lo que en la imaginación de todos, desde el campesino hasta el rey, desde la dama a la abadesa, en aquellos tiempos terribles de hambrunas y guerras,  fue la forma de enfrentarse a lo inevitable.

Oy comamos y bevamos
Y cantemos y holguemos,
Que mañana ayunaremos.

Por honra de sant’ Antruejo
Parémonos hoy bien anchos,
Embutamos estos panchos,
Recalquemos el pellejo.

Que costumbre és de concejo
que todos hoy nos artemos,
que mañana ayunaremos.

Honremos a tan buen santo,
Porque en hambre nos acorra,
Comamos a calca porra,
Que mañana hay gran quebranto.

Comamos y bevamos tanto,
Hasta que nos reventemos,
Que mañana ayunaremos.

Beve, Brás, más tú, beneito,
Beva Pedruelo y Lloriente,
Beve tú primeramente,
Quitarnos has deste preito.

En bever bien me deleito,
Daca, daca, beberemos,
Que mañama ayunaremos.

Tomemos hoy gasajado,
Que mañana vien la muerte,
Bevamos, comamos huerte,
Vámonos cara el ganado.

No perderemos bocado,
Que comiendo nos iremos,
Y mañana ayunaremos.

Un hombre para todas las horas

Cuando miro su retrato desde un abismo de tiempo que él no pudo imaginar, veo a un hombre de edad indefinida, nunca he sido buena calculando la edad de la gente, que podría estar tanto en la treintena como en los comienzos de la cincuentena. La mirada es tranquila y firme. Los rasgos son marcados, y su aspecto, de ojos y cabello oscuro, más mediterráneo que anglosajón. Es imposible saber si era un hombre alto, la moda de entonces de la que participa la toga de terciopelo negro por la que asoman las mangas también de terciopelo rojizo, con cuello de piel de castor en la que se apoya la cadena de eslabones  de su cargo, no ayuda mucho, pues tendía a ensanchar los cuerpos restándoles esbeltez.

En 1527, cuando Holbein el Joven pinta el retrato, Sir Thomas More, Tomás Moro está llegando al cénit de su vida, tiene cuarenta y nueve años y ha triunfado en lo personal, tiene una gran familia a la que adora y es correspondido en su cariño por ella. Es un humanista de prestigio en toda Europa, ha publicado Utopía en 1516, es el mejor amigo de Erasmo de Rotterdam, que lo conoció en 1499, cuando todavía era estudiante en Oxford y le dio la definición clásica de un hombre para todas las horas, aquella persona cuya compañía es siempre agradable, que se adapta tanto a la seriedad como a la broma…, el amigo en el que se podrá confiar siempre.

Jurista de prestigio, abogado y juez, miembro del Parlamento, del Consejo Privado del rey, diplomático…, dos años más tarde en 1529 será nombrado Lord Canciller por Enrique VIII, el primer laico en varios siglos. Tomás Moro fue ambicioso y llegó a lo más alto en su carrera política, pero nunca fue corrupto ni sobornable…, y esa será una de las razones de su caída que ya está muy cerca.

El paso del otoño de la Edad Media a la primavera del Mundo Moderno será convulso y con dolor. Los libros siempre presentan el periodo como la creación del Humanismo, el alba de un nuevo mundo centrado en el hombre, anthropos, humanidad…, es así, pero para una minoría. El Humanismo será una semilla que dará cosechas abundantes mucho más tarde. En los años finales de siglo XV y en los comienzos del XVI, Europa Occidental está saliendo del marasmo demográfico que ocasionó la Peste Negra en el siglo XIV, enfermedad que azota periódicamente campos y ciudades, la organización social y económica es terriblemente injusta, el absolutismo de los príncipes estrena sus garras.

La vida de la mayoría de los europeos está dominada por el miedo. La población europea es una masa analfabeta y aterrada. Tiene miedo. Miedo al destino, que trae sequías, granizadas y pudre cosechas condenando al hambre a regiones enteras. Tiene miedo a los príncipes y a los nobles con sus guerras y sus exacciones de tributos injustas. Tiene miedo a la enfermedad y a la muerte repentina que puede significar la condenación eterna. Sobre esta sociedad reina la Iglesia Católica, tanto ofreciendo consuelo como asustando y castigando. La Iglesia ve, en general, un rebaño dócil e ignorante. Para esta gente no vale el Humanismo. No vale decirles que Dios los ha puesto en el centro de la Creación para que elijan libremente, como escribe Pico della Mirandola. Ellos no quieren elegir. Para ellos no es la instrucción en lenguas clásicas, escribir en buen latín y saber griego. Para ellos no es la belleza del arte del Renacimiento, excepto el que pueden ver en las iglesias. Ni siquiera son para ellos las obras de crítica a la Iglesia de Erasmo. Necesitan otra cosa. Necesitan algo que los consuele y les de esperanza. Si la Iglesia Católica no se lo da lo buscarán en otra parte, como han hecho desde los inicios del cristianismo como religión oficial. Sobre esa Europa en la que destacan una minoría de humanistas y de príncipes instruidos, la Europa que ya tiene la imprenta, se desata el vendaval de la Reforma.

Ese vendaval se llevará a Tomás Moro, católico convencido, que dedicará el tiempo libre de sus obligaciones como jurista y político a refutar a Lutero y sus seguidores. Es fácil ver a cinco siglos de distancia que era una batalla perdida y lamentar el inmenso talento de Moro dedicado a abstrusas cuestiones teológicas que hoy solo leen los especialistas. Pero a Erasmo le pasó lo mismo, y de sus obras tan leídas entonces, solo sobrevive fuera de los círculos eruditos el Elogio de la Locura.

La Reforma también será fundamental en lo que, de no ser rey, solo habría sido un problema familiar, aunque trágico para la reina: el problema de la sucesión en el matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. La imposibilidad en aquel momento, por diversas razones políticas, de la disolución del matrimonio entre Enrique y Catalina, cuando la Iglesia había anulado tantos matrimonios reales anteriormente, llevará a Enrique VIII a romper con la Iglesia de Roma y a proclamarse Cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Esto no lo podía tolerar Tomás Moro, con sus profundas convicciones religiosas. Sin querer ser traidor al rey pide la dimisión como Canciller en dos ocasiones, en 1531 no siendo aceptada, y en 1532 alegando que estaba enfermo. Esta vez sí  que Enrique VIII accede.

Tomás Moro se retira a su casa de Chelsea, que había construido en 1524, con su extensa y amada familia: su segunda esposa Alice, sus tres hijas, sus yernos, su hijo, su nuera y sus nietos, el más pequeño, el primogénito de su hijo, que lleva su nombre: Tomás. Allí escribe a Erasmo de Rotterdam el 14 de junio de 1532. Moro tiene 54 años y espera vivir un retiro de ocio erudito. Poco más o menos desde mi niñez, querido Desiderio, ha sido mi deseo constante de disfrutar algún día de la oportunidad (me alegro que tú siempre la hayas tenido) de verme eximido de todos los deberes oficiales y de ser, por fin, capaz de dedicar algún tiempo sólo a Dios y a mí mismo. Ese proyecto vital quedará frustrado muy pronto.

A partir de esta carta a Erasmo comienza el último epistolario de Tomás Moro. No todas las cartas, treinta, son suyas. Hay cartas de su hijo, de su esposa Alice, de su hijastra Alice Alington y sobre todo, de su hija Margaret. Cartas, dirigidas a Erasmo, de las que no se conservan las respuestas, a Thomas Cromwell, a Enrique VIII, a Nicholas Wilson, la penúltima a su amigo italiano, residente en Inglaterra, Antonio Bonvisi, pero sobre todo las dirigidas a su hija Margaret, la mayor de sus hijos, su otro yo, su alma gemela.

El 13 de abril de 1534 es requerido a comparecer en el Parlamento y a jurar el Acta de Sucesión. Moro se niega al juramento alegando problemas de conciencia, que no explica. Cuatro días más tarde es encerrado en la Torre de Londres, condenado en principio a prisión perpetua. La Torre era una prisión VIP y Moro disponía de dos habitaciones y un criado, pero eso había que pagarlo. Por dos cartas de Lady Alice Moro a Enrique VIII y a Thomas Cromwell, alegando dificultades económicas, los bienes de Moro habían sido confiscados, sabemos que Alice Moro estaba agotando su fortuna personal para poder sostener la prisión de su marido

En las cartas de una persona está muchas veces su vida. Las cartas son escritos normalmente con un único destinatario. Las cartas no son solo la comunicación de unas noticias o de un estado de ánimo, en ellas está el poder de fascinación, de encantamiento de la palabra. En las cartas que se cruzarán Tomás Moro y su hija Margaret está ese poder de encantamiento. Las palabras amadísimo padre o queridísima hija no son fórmulas de cortesía, son la expresión de un sentimiento auténtico. Moro creó la expresión en lengua inglesa “your daughterly loving letters”, carta 22, cartas filialmente (de hija) amorosas. Cuando a Tomás Moro le falta pluma, utiliza carbón, carta 13, supongo que algún tipo de lápiz primitivo, pero no se priva de escribir a su hija, aunque sabe que las cartas serán conocidas por el resto de la familia, de ahí que diga: encomiéndame a tu estupendo Will (el marido de Margaret) y a mis otros hijos y por encima de todos a mi maravillosa esposa (…).

Hay cartas excepcionales. Las cartas en que explica la sesión del Parlamento, en que se negó a jurar el Acta de Sucesión,  que le llevó a la Torre, carta 12, no podía aceptar el juramento que se me ofrecía sin poner mi alma en peligro de condenación eterna. La carta 28, de 3 de junio de 1535, en que cuenta el juicio al que se le somete y donde de nuevo se niega al juramento, y que ocasionará su condena a muerte. Pero sobre todo la carta 18, de agosto de 1534, escrita por Margaret y dirigida a su hermanastra Alice. Carta en la que transcribe el diálogo con su padre, puesto que Margaret era la única persona autorizada para visitar a Tomás Moro en la Torre. Margaret intenta convencer a su padre de que haga el juramento y quede libre. Toda la familia, incluso ella, ha hecho el juramento y a ello no se opone su padre. La carta ha sido comparada con un dialogo platónico, pero esta vez con personas reales. La inteligente Margaret, de 29 años entonces, intenta convencerle de que además el juramento es una ley hecha por el Parlamento, pero Moro responde: ningún hombre está obligado a jurar que toda ley está bien hecha, ni tampoco está obligado, corriendo el riesgo de disgustar a Dios, a poner en práctica algún punto de la ley que fuera de verdad injusto. (…) Pero no juzgaré errónea la conciencia de otros hombres que yace escondida en sus corazones.

El 1 de Julio de 1535 Moro fue juzgado. Se negó de nuevo a jurar el Acta de Sucesión, y a contestar a todas las preguntas sobre su negativa: estoy muy seguro de que mi conciencia, tan bien formada por el cuidadoso estudio que había hecho durante tanto tiempo, era compatible con mi propia salvación. No me entrometo en las conciencias de quienes piensan de otro modo. No soy juez de nadie. El veredicto fue culpable de alta traición y condenado a muerte con el tipo de ejecución, ahorcamiento, mutilación y descuartizamiento, reservado a los traidores. Solo el día anterior a su ejecución, el 7 de julio de 1535, Enrique VIII cambió la ejecución por decapitación. La última carta de Tomás Moro, el 5 de julio de 1535 está dirigida a su hija Margaret, en ella recuerda a todos sus hijos.

Tomás Moro fue enterrado en la Torre bajo una losa sin nombre, sin embargo había preparado su epitafio, que comunica en la carta a Erasmo de Rotterdam de junio de 1533, cuando aún era un hombre libre. El epitafio es sorprendente porque dice así:

EPITAFIO

Aquí yace Joan, la amada esposa de Moro. Yo, Tomás, quiero que también sea la tumba de Alice y la mía. Una de estas mujeres, unida a mí en los años de nuestra juventud, me dio un niño y tres niñas que me llaman padre. La otra ha sido una mujer tan dedicada a sus hijastros como si fueran hijos suyos, cualidad muy rara en una madrastra. Una pasó la vida a mi lado y la otra aún vive conmigo, de tal manera que no puedo decidir cuál de las dos es más amada. ¡Qué felices hubiéramos vivido los tres si el destino y la religión lo hubieran permitido! Rezo para que la tumba y el cielo nos unan. La muerte nos dará lo que la vida no pudo.

Tomás Moro lo tuvo casi todo en la vida, el éxito, el amor, la maravillosa comunicación con su otro yo, que fue su hija Margaret. Perdió unos años de felicidad por su maldita cabezonería insobornable. Sin embargo, el gran jurista, el humanista, Lord Canciller del Reino de Inglaterra, cuyo nombre estuvo ¿estará todavía? en la Plaza Roja de Moscú como uno de los grandes revolucionarios del mundo, el santo de la Iglesia Católica, solo tuvo palabras en su epitafio para las dos mujeres a las que amó en vida como hombre.

Tomás Moro, Últimas cartas (1532 – 1535). Acantilado, junio 2010