Stride la vampa

Ante diem octavum Kalendas Iulias: Dies Fortis Fortunae

En este escrito voy a ser malvada, lo advierto para quien se sienta en desacuerdo que no siga leyendo.

Ayer, no, anteayer, estuve en esa escultura arquitectónica que es uno de los edificios con funciones de teatro y auditorio peor diseñados que existen, y uno de los teatros de ópera más caros del mundo. Se representaba de una ópera de Giuseppe Verdi: Il Trovatore. No voy a hacer la crítica que ya corre por varios blogs de ópera y con la que estoy básicamente de acuerdo, sino protestar por encontrarme de nuevo con lo que ya es habitual, harta ya del esperpento en que se ha convertido la ópera y la burla que se hace a quien asiste y paga una entrada.

Il Trovatore de 1853, es una ópera del periodo medio de la producción de Verdi, es una ópera que está en calidad lejos de su contemporánea La Traviata, muy muy lejos de Aida, y a años luz de Otello y Falstaff. Es una ópera con un libreto absurdo, con una historia disparatada y delirante, ambientada a principios del siglo XV basada en El Trovador de Antonio García Gutiérrez de 1836, un dramón que es iniciador de teatro romántico en España. Pero es una ópera muy popular, con arias, conjuntos y coros hermosos y muy populares. Es lo que se podría llamar una «ópera de cantantes», la orquesta no es más que una gigantesca guitarra que los acompaña, y se necesitan cantantes muy buenos para asumir los cuatro papeles principales.

Sí, la mantiene en el repertorio la popularidad de su música y la posibilidad de lucimiento de los cantantes y eso es lo que hizo que fuera soportable lo que vi hace menos de 48 horas, porque lo que nos ofreció el Palau de les Arts Reina Sofía fue esto:

¿Trascurre la acción en el siglo XV? ¿Qué más da eso? ¿Qué es ese panel desplegable? ¿El muro de las lamentaciones como dijo la amiga que me acompañaba? ¿Y los siniestros uniformes militares decimonónicos? ¿Son una metáfora de la no menos siniestra dinastía Trastámara a la que apoya el malo? Porque el malo de la ópera, el Conde de Luna, uniformado, calvo y… fumador. ¡Anatema con él!… Pero los gitanos del grupo de Azucena y Manrico, son unos pobres desplazados, unos exiliados, unos emigrantes con la maleta a cuestas… Y la torre-prisión en la que acaban Manrico y Azucena es una estructura de pilares de hormigón en los que se ven todavía los puntales del encofrado…, es que la especulación inmobiliaria del Conde de Luna ha sido muy perjudicial. Que feo, que esperpéntico, que hartazgo, cuantos años ya con esto en la ópera. Sacarlas de contexto, degradar la historia por absurda que sea, provocar al espectador para llamarlo ignorante, reaccionario…

Hace menos de un mes intenté ver en el canal Mezzo Los Maestros Cantores de Nuremberg de Richard Wagner en la producción que ha hecho su bisnieta Katharina en Bayreuth. Fue imposible, la historia y la música eran incompatibles con lo que estaba viendo. Todo el lirismo, toda la melancolía del monólogo de Hans Sachs en el tercer acto, así  como otras escenas antes y después no tenían ninguna relación con la gamberrada que era la puesta en escena. Es algo que me niego a poner aquí, prefiero que Hans Sachs evoque la pasada Noche de San Juan de esta manera:

Qué moderno parece todo pero qué viejo y qué visto está ya. He rastreado este tipo de puestas en escena hasta finales de los años sesenta. En los setenta empezaron a desarrollarse y tener aceptación y en los ochenta eran ya una plaga. No se trata de hacer puestas en escena al estilo del siglo XIX, se pueden realizar abstracciones como las que hizo Wieland Wagner en Bayreuth en los años cincuenta y sesenta, que despojó a los dioses y a los héroes de los aditamentos de guardarropía. Se puede hacer como Jean Pierre Ponelle, que tiene alguna de las más poéticas puestas en escena, como esta del Orfeo de Claudio Monteverdi en 1978, cuando esta ópera que llevaba casi tres siglos sin representarse, de la mano de Nicolaus Harnoncourt volvió de nuevo a un escenario en un pequeño teatro de Suiza.

Un tema mitológico, una de las obras fundadoras del género, pero nada de peplos ni de túnicas. Jean Pierre Ponelle sitúa la acción en el Renacimiento, el tiempo que vio nacer a la ópera.

Desde hace cuarenta años la ópera y tambien el teatro en menor medida, está en manos de quien menos música sabe. Los directores de escena son tiranos que desprecian al público, despreciean el trabajo de los cantantes, de los músicos, de los directores de orquesta. Hay veces, como la otra noche con Il Trovatore, que la música, el canto, la popularidad de la obra tienen la suficiente fuerza para imponerse; pero cuanto más compleja es una obra como en el caso de Los Maestros Cantores, la ignorancia, el desprecio y el odio, sí el odio, la destrozan completamente.

Estoy convencida que hay una finalidad siniestra en ese regodearse en la fealdad, en degradar las obras, en demostrar una ignorancia que no es afectada sino completamente cierta. Recuerdo lo que dijo no hace mucho uno de estos genios de la escena cuyo nombre no citaré, con respecto a Parsifal de Wagner, que era una ópera «que tenía mucha música». ¿Qué quería decir, que tenía muchas notas? ¿Que era muy larga? ¿Muy densa? ¿Muy aburrida? No hay problema, yo la ambiento en un burdel y verás que actual queda.

La ópera es uno de los lugares, de las situaciones, donde nos situamos completamente fuera de la realidad. Nada de lo que ocurre en el escenario es real. Muchas, muchísimas óperas, nos llevan a la situación de adentrarnos en un mundo de belleza irreal, incluso cuando cuentan, como suele ser habitual historias tristes, trágicas, comenzando por las primeras óperas de la historia con el mito de Orfeo. De llevarnos a esa belleza se encargan el canto y la música, pero desde hace años eso parece estar prohibido, la belleza está prohibida. Hay que arrastrarla por el fango, convertirla en escoria, en basura, en algo abyecto. Es un proceso que viene de más tiempo, desde los inicios de la vanguardia a principios del siglo XX y no es sólo un proceso que afecte al arte, es algo que afecta a la visión del mundo. Una actitud destructiva, como decía Erich Fromm, una actitud necrófila.

Pero la belleza es necesaria, tanto más cuando las cosas se ponen difíciles. ¿Sabrá alguno de estos genios de la escena, de estos educadores de la sensibilidad contemporánea quien fue Max Reinhardt? En 1935 en plena gran depresión, con los nazis en el poder en Alemania y teniendo entusiastas partidarios en su patria austriaca, el fundador del Festival de Salzburgo, con la obra de William Shakespeare y la música de Felix Mendelssohn hacía algo como esto:

Y aquí, esta maravilla del Sueño de una noche de San Juan, completa.

William Dieterle y Max Reinhardt directores.
Guión: William Shakespeare
Música: Felix Mendelssohn con arreglos de Erich Wolfgang Korngold.
No tiene subtítulos, Los créditos y como tal, la película, comienzan en el minuto 6:32.

Feliz noche de San Juan a todos.