No duele

Martirio de Santa Úrsula, 1610, Michelangelo Merisi da Caravaggio. Palazzo Zevallos, Nápoles

Pridie Nonas Apriles: Magna Mater, Ludi Megalenses

Oscuridad, sin fondo, sin paisaje. Sólo cuatro figuras, la luz como la de un relámpago que iluminara la escena antes de desaparecer, pues esa escena sólo puede durar así unos segundos. Los segundos entre la sorpresa de sentir la flecha clavada y el desplomarse. Aún está en pie, como sorprendida mira y toca la muerte que se ha clavado en su cuerpo. Pero sabía que iba a llegar. El vulgar arquero con armadura y sombrero de principios del siglo XVII, ha disparado desde tan cerca que no le habría hecho falta disparar. ¿Se puede tensar un arco y disparar la flecha desde tan cerca? Quien esto escribe en lejanos días fue arquera y lo duda.

En esa oscuridad opresiva no hay lugar para el espacio. Solo ella, sin sus compañeras, sin el idiotismo o la mala traducción que las transformó en once mil. Popularísima en la Edad Media, a ella le dedicó Hildegarda de Bingen, varios himnos. Su muerte ocurrió en Colonia, tan cerca de donde estaba su monasterio de Rupertsberg. Apreciaba, le impresionaba su historia, esa historia que no ya para nosotros, sino en el tiempo que se pintó el cuadro ya se tenía por leyenda.

Mirar estas terribles obras del siglo XVII, escenas de martirio, de sufrimiento y de muerte. La muerte infligida por otros, la que llega lentamente hasta hacerse insoportable y la que hiere de lejos, como en los días míticos en que Ártemis y Apolo reinaban ¿Cuántos dioses, cuántos héroes se fueron transformando hasta convertirse en santos? Ártemis la osa, Úrsula la osezna, ambas vírgenes, ambas acompañadas por  vírgenes. Ya no es ella la que hiere sino la que es herida.

Y el pintor, ese otro Michelangelo. Bien sabría que esa muerte que llega veloz no duele. Miro este cuadro y recuerdo las palabras que dijo March Bloch en su celda o barracón de Saint Didier-de-Formans una noche de junio de 1944 a otro prisionero mucho más joven que lloraba aterrado y que correría la misma suerte que él en la mañana: no duele.

Segundos de relámpago antes de caer, la muerte ya ha penetrado en su cuerpo, no llegará a sentir el dolor. El dolor, el miedo y la angustia los habrá sentido antes, cuando vio al arquero prepararse. Duele la vida cuando se hace tan dulce ante el miedo de perderla, sabiendo que la muerte viene veloz, en una saeta, en un pelotón de fusilamiento o en una trinchera en la que te has refugiado, esperando que la muerte que escupe el pájaro de acero no te alcance. Pero en efecto, quien sobrevivió a la muerte que llega de lejos me lo dijo muchas veces: no duele.

Hildegarda de Bingen – Cum vox sanguinis

Cum vox sanguinis / cuando la voz de la sangre
Ursule et innocentis turbe eius / de Úrsula y su inocente turba
ante thronum dei sonuit, / resonó ante el trono de Dios,
antiqua prophetia venit / vino un antigua profecía
per radicem Mambre in vera ostensione trinitatis / por la raiz de Mambré en una verdadera revelación de la Trinidad
et dixit: / y dijo:

Iste sanguis nos tangit, / esta sangre nos toca,
nunc omnes gaudeamus. / ahora regocijémonos todos.

Et postea venit congregatio agni, / Y luego vino la congregación del Cordero,
per arietem in spinis pendentem, / por el carnero que cuelga entre espinas
et dixit: / y dijo:

Laus sit in Ierusalem / Que haya alabanza en Jerusalén
per ruborem huius sanguinis. / por el rojo de esta sangre.

Deinde venit sacrificium vituli / Luego vino el sacrificio del ternero
quod vetus lex ostendebat, / mostrado por la antigua ley,
sacrificium laudis circumamicta varietate, / un sacrificio de alabanza, pleno de diversidad,
et que faciem dei Moysi obnubilabat, / y que ocultaba el rostro de Dios a  Moisés,
dorsum illi ostendens. / mostrándole su espalda.

Hoc sunt sacerdotes, / Todo esto son sacerdotes 
qui per linguas suas deum ostenduntque con su lengua muestran a Dios
et perfecte eum videre non possunt. /y no pueden verlo completamente.

Et dixerunt: / Y dijeron:
O nobilissima turba, / ¡Nobilísima turba!,
virgo ista que in terris Ursula vocatur / esta virgen que en la tierra es llamada Osezna (Úrsula)
in summis Columba nominatur, /en los cielos es llamada Paloma, 
quia innocentem turbam ad se collegit. / porque reunió junto a ella una inocente turba.

O Ecclesia, tu es laudabilis / ¡Iglesia, tú eres digna de alabanza
in ista turba: / en esta turba!

Turba magna, quam incombustus rubus, / La gran, que significa la zarza ardiente no consumida
quem Moyses viderat, significat, / que Moisés había visto,
et quam deus in prima radice plantaverat,y a la que Dios como raíz primera había plantado,
in homine, quem de limo formaverat, / en el hombre, al que había formado de barro,
ut sine commixtione viri viveret, / para vivir sin mezcla de hombre,
cum clarissima voce clamavit / clamó con la más sonora voz,
in purissimo auro, thopazio, /en el más puro oro, topacio
et saphiro circumamicta in auro. /y zafiro en vuelto en oro.

Nunc gaudeant omnes celi, / Ahora que se alegren todos los cielos
et omnes populi cum illis ornentur. / y que todos los pueblos se adornen con ellos.
Amen. / Amén.

Traducción procedente de Hildegard de Bingen, Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales. Trotta 2003.

La paloma miró a través de la verja de la ventana…

Bingen, un lejano día de agosto

Idus Martiae: Festum Annae Perennae, Attis

El barco, la barcaza más bien, pues solo en que carga pasajeros y navega en zigzag entre una y otra orilla, se distingue de las que con bandera belga, holandesa o alemana siguen imperturbables aguas arriba o aguas bajo. Porque me entero de algo que no sabía, aunque tantas veces haya estudiado la historia dramática de esta zona de Europa: que estas aguas son aguas internacionales. El barco ha llegado con más de una hora de retraso al embarcadero de Sankt Goar y no solo eso, imperdonable en este país de puntualidad y eficiencia, sino que en ese embarcadero vamos a subir los pasajeros que estaban destinados al barco que no ha llegado. Sí, la barcaza está atestada de gente, lleva el doble del pasaje que debería y solo con suerte he podido encontrar una silla de resina libre, en la popa, a pleno sol de agosto. Una vez sentada ya no me puedo mover, no por perder el asiento en las dos horas que va durar el viaje hasta bajar en Rüdesheim, sino porque en este cascarón plano casi no se puede caminar.

La mañana de agosto es tan radiante como las mediterráneas. En las orillas el verde intenso de los viñedos, la zona vinícola más septentrional del mundo, a la misma latitud de Terranova. Pronto el río se estrechará en su tramo más peligroso y aparecerá la roca de Loreley, la que todos estamos esperando ver. Y de pronto, la megafonía en un alemán gangoso anuncia la primera parada, la barcaza se acerca al embarcadero, estará unos minutos apenas, mientras bajan y suben pasajeros. Es un embarcadero como otro, no hay nada especial ni en él ni en la pequeña ciudad, solo su nombre.

Ese nombre ya siempre asociado a ella lo leí hace ya mucho tiempo, cuando Adrian Leverkühn en su celda-habitación bávara lee para componer una de sus obras de inspiración medieval. Luego fue un nombre entre muchos nombres y no considerado el más importante en un manual de Historia Medieval en mi segundo curso universitario, una cita erudita que no parecía conducir a nada. Pero ahí estaba su nombre, un tenue hilo por el que tirar, por el que ya se empezaba a tirar desde hacía unos años, hasta que una noche no sólo era un nombre de una remota escritora sino que la música de uno de los himnos que compuso tenía voz y presencia.

La barcaza se separa de la orilla, muy pronto aparecerá la Loreley, pero miro a través de los edificios, de las casas, intentando ver algún resto de su mundo. Ella miró miles de veces estas orillas, debió vivir en los veranos de su larga vida días de sol como este, pero desde que caminó y cruzó el río, más de ochocientas veces ha pasado el sol por estas tierras, más de ochocientas veces se realizó la vendimia, cayeron las hojas, vinieron las nieves. Su monasterio, el que fundó para ser libre y por el que se puso en huelga para conseguirlo tampoco existe, destruido por las tropas suecas en la Guerra de los Treinta Años. Un tiempo ya tan remoto como el tiempo en que ella vivió, un tiempo mítico y extraño, unido al nuestro por una frágil cadena cuyos eslabones están a punto de romperse.

Contemporánea de Bernardo de Claraval, de Abelardo, de Eloísa, de Leonor de Aquitania, de los trovadores. Décima hija de una familia noble pero no de las de mayor rango, niña extraña y probablemente conflictiva, mejor alejarla junto a la noble Jutta al monasterio fundado por uno de esos monjes irlandeses que salvaron la civilización clásica. La dote del monasterio es más barata, no hay que buscar marido de acuerdo con el rango, no habrá molesta descendencia y sobre todo sus rarezas estarán vigiladas. Sin embargo su padres tuvieron la intuición de llamarla jardín de la sabiduría.

¿Cuántas veces miraría a través de los barrotes de la ventana de aquel monasterio dúplice? El tiempo pasaba y el monasterio femenino crecía. Durante años estuvo silenciosa, leyendo, devorando. De todas sus obras, de sus escritos que abarcan desde la mística a la medicina no habla de sus fuentes, privilegio de su época. Se llamaba a sí misma paupercula feminea forma, pero vivió hasta los ochenta y tres años en una época en que el fin de la juventud era normalmente el final de la vida. Y su vida activa, auténtica, comenzó cuando muchas vidas entonces acababan o habían acabado ya. A los cuarenta y dos años ya no podía callar, ya no podía mirar solo a través de las celosías de piedra de las ventanas, necesitaba salir y volar, mirar directamente al sol como el águila. Muchas veces aludió a su mala salud, sufría de escotoma centelleante, y de ahí salió el acompañamiento de sus visiones. Visiones en la que siempre insistió estar lúcida. Las miniaturas de sus libros recuerdan ese mal del que salió un arte único.

Cuando recibió el visto bueno de Bernardo de Claraval, de Eugenio III, del Concilio de Tréveris, no dejó de escribir, quizá en un latín no muy correcto, una obra tan inmensa y variada como la de Avicena, siendo además, poetisa y compositora, uno de los primeros nombres conocidos separados del océano de obras anónimas. Era obstinada y mandona, organizó la vida de su monasterio de manera diferente a otros, sufrió la excomunión antes que someterse y se sirvió de sus visiones, de su título de profetisa para enfrentarse con coraje a ese mundo medieval masculino que le dio permiso para levantar su voz; bastaba que dijera “la luz viva me ha dicho”, y el Papa y Federico Barbarroja podían echarse a temblar.

La llamaron santa poco después de su muerte y se inició el proceso, pero fue olvidado pronto, aunque en la tierra que vivió siempre se la ha considerado santa. La Iglesia nunca ha resuelto el asunto. Era una mujer incómoda, demasiado inteligente, demasiado entrometida. Un siglo después de su muerte, la clausura de los monasterios femeninos que siempre fueron minoría en la Edad Media fue blindada. Ella no habría podido existir entonces, su voz, probablemente habría sido callada o algo peor. Pero en el tiempo que le tocó vivir, en ese primer renacimiento del siglo XII, contemporánea de Eloísa y de Leonor, con su comunidad de monjas que usaban velos de seda y coronas, sus libros de historia, de medicina, de lenguas y de mística, con sus composiciones musicales, sus viajes, y la amistad con Volmar y Guibert de Gembloux que se saltó todas las reglas de la vida monástica viajando desde Flandes para estar junto a ella y ser su último secretario, Hildegarda de Bingen tuvo una vida más feliz y plena que ellas.  

Symphonia armonie celestium revelacionum (1140 – 1150)

Columba aspexit – Himno a San Maximino

Columba aspexit / Una paloma miraba
per cancellos fenestrae / a través de los barrotes de la ventana
ubi ante faciem eius / cuando ante su rostro
sudando sudavit balsamum / destilando destiló el bálsamo
de lucido Maximino. / del luminoso Maximino.

Calor solis exarsit / El calor del sol brotó
et in tenebras resplenduit / y resplandeció en las tinieblas,
unde gemma surrexit /de allí se alzó una piedra preciosa
in edificatione templi / en la construcción del templo
purissimi cor dis benivoli. / del más puro corazón benevolente.

Iste turris excelsa, / él una elevada torre,
de ligno Libani et cipresso facta, / hecha de madera de Líbano y ciprés,
iacincto et sardio ornata est, / ha sido adornada de jacinto y rubí,
urbs precellens artes / ciudad que sobresale en las obras
aliorum artificum. / de otros artífices.

Ipse velox cervus cucurrit / Él mismo, veloz ciervo,
ad fontem purissime aque / corrió hacia una fuente de la más pura agua
fluentis de fortissimo lapide / que fluía desde la piedra más sólida
qui dulcia aromata irrigavit. / y que esparcía dulces aromas.

O pigmentari / ¡Perfumistas!
qui estis in suavissima viriditate / que estáis en el más grato verdor
hortorum regis, / de los jardines del rey,
ascendentes in altum / que ascendéis a lo alto
quando sanctum sacrificium / cuando cumplisteis el santo sacrificio
in arietibus perfecistis. / en los carneros.

Inter vos fulget hic artifex, / Entre vosotros brilla el artífice
paries templi, / muros del templo,
qui desideravit alas aquile / que anheló las alas del águila
osculando nutricem Sapientiam / al besar la nutricia sabiduría
in gloriosa fecunditate Ecclesie. / en la gloriosa fecundidad de la Iglesia.

O Maximine, / ¡Maximino!
mons et vallis es, / eres monte y valle
et in utroque alta edificatio appares, / y en uno y otro lado apareces como un alto edificio
ubi capricornus cum elephante exivit, / donde se alzó el capricornio con el elefante
et Sapientia in deliciis fuit. / y la Sabiduría estuvo en gran goce.

Tu es fortis / Tú eres fuerte y suave
et suavis in cerimoniis / en las ceremonias
et in choruscatiane altaris, / y en el resplandor del altar
ascendens ut fumus aromatum / ascendiendo como humo de especias
ad columpnam laudis. / hacia la columna de alabanza.

Ubi intercedis pro populo / allí intercedes por los pueblos
qui tendit ad speculum lucis, / que tienden hacia el espejo de la luz,
cui laus est in altis. / para que éste haya alabanza en lo alto.

Traducción procedente de Hildegard de Bingen, Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales. Trotta 2003.

Hildegard von Bingen. Scivias, Sexto día de la Creación.

Casi toda la obra de Hildegarda de Bingen se puede leer traducida aquí.

Continuará…

Códice Vaticano Latino 4922. Roma