Infandum, regina, iubes renovare dolorem

Pietro da Cortona, Venus como cazadora se aparece a Eneas. 1631 Museo del Louvre

In media res. En mitad de la cosa. Así comienzan los dos grandes poemas homéricos, la Ilíada y la Odisea. La Ilíada, es una narración bastante lineal, que no se sale del tiempo y del espacio, según los especialistas en ella, cuarenta días del último año de la Guerra de Troya. De hecho, de no ser por la mitología, sería difícil saber porqué los griegos llevan nueve años asediando la ciudad y por qué reclaman a Helena. Verdadera narración in media res es la Odisea. El relato del largo regreso de Ulises a su hogar en Itaca, para recobrar reino y esposa, comienza en la propia Itaca, con un Telémaco ya adulto que sale en busca de su padre, continua con el naufragio de la balsa de Odiseo en las costas del país de los feacios, la actual isla de Corfú, muy cercana a Itaca. Naufragio en solitario, porque en todos los años pasados desde el final de la guerra de Troya, Odiseo ha ido perdiendo a todos sus compañeros. Por el relato de Odiseo, ante la corte de los feacios de sus aventuras, nos enteramos de qué le ha pasado a Ulises y sus compañeros en los diez años anteriores. Posteriormente Ulises llega a Itaca y se da término al relato y a  la aventura.

La Odisea en ese sentido, es un poema más moderno que la Ilíada, y no solo porque sea posterior en el tiempo. Lo que probablemente en su momento, allá por el siglo VIII a.C., salidos de los siglos oscuros, los siglos sin escritura, no fue más que un apaño de los recopiladores que pusieron por escrito los poemas homéricos, uniendo distintos poemas, ha dado un sistema de narración que ha tenido una feliz continuidad desde entonces, llegando a ser uno de los principales sistemas de narración del cine, pues comenzar in media res no es otra cosa que el flashback.

A finales del siglo I a.C. se compuso un poema épico, una narración heroica, que entroncando con los poemas homéricos, y teniendo como modelo narrativo la Odisea, narraba los orígenes míticos de Roma. Publio Virgilio Maron, el poeta Virgilio, dedicó diez años de su vida a la composición de La Eneida 29 a.C. – 19 a.C, dejándolo de hecho, inconcluso, necesario de  una última revisión y pidiendo que el poema fuera destruido. Gracias a Augusto, que es quien había encargado el poema, que no obedeció a su poeta, ha llegado hasta nosotros la que es quizá la obra cumbre de la literatura latina.

Virgilio se documentó mucho para escribir La Eneida. Como he dicho antes, tomó como modelo narrativo la Odisea, leyó a fondo los poemas homéricos y el himno homérico a Afrodita, que trata de los amores de está con el pastor troyano Anquises, el padre de Eneas. Usó en la obra una estructura simétrica en los diferentes episodios y tuvo en cuenta también el poema de Apolonio de Rodas sobre los Argonautas.

Antes de escribir la Eneida ya existía una tradición mitológica con respecto al príncipe troyano Eneas, hijo de Afrodita, en la Eneida, Venus, y Anquises. Casado con una hija del rey Príamo, Creúsa, tenía un hijo pequeño, Ascanio, en el momento en que los griegos entran en la ciudad de Troya y la arrasan. Eneas consigue huir, con su padre y su hijo, su esposa se pierde en la confusión de la huida, y un grupo de troyanos. Eneas no va a ser como Idomeneo, Agamenón, Diomedes o Ulises, un rey griego que o no podrá regresar pronto a su hogar y acabará vagando largos años, o cuando regrese le espere la traición o el asesinato. Lo dioses griegos eran caprichosos con los humanos, y a quienes un tiempo habían protegido, luego les volvían la espalda.

Eneas y los suyos son un grupo de exiliados buscando un nuevo hogar donde establecerse, pero no van a ciegas, navegan hacia occidente buscando las costas de Hesperia, en esos momentos la península italiana, donde los dioses les tienen reservado un destino. Y en ese camino hacia su destino glorioso como padres de un pueblo que conquistará, que ya había conquistado en el siglo I a.C., todo el mundo mediterráneo, las naves troyanas, tras una furiosa tormenta llegan a las costas de Cartago. Así, in media res, comienza la Eneida.

Los cuatro primero libros de la Eneida han sido a lo largo de la Historia, los más leídos de la obra. La Eneida, en su perfección tiene una carencia con respecto a la Ilíada y la Odisea. Quizá es solo una apreciación mía pero, Eneas, el héroe, está lejos de despertar simpatía en los lectores. Eneas es un héroe frío. Sobre él pende la sospecha, narrada en los relatos míticos anteriores a la redacción de la Eneida, sospecha que quiso a toda costa alejar Virgilio, de que fue un traidor, que su piedad a los dioses, que querían la caída de Troya, le llevó a entregar la ciudad. Por ser piadoso con los dioses entregó Troya a los aqueos. Aunque Aquiles es un héroe cruel, su cólera que trae tantas desgracias a los griegos, es completamente humana y comprensible. Las marrullerías de Ulises, que le dieron una fama negativa durante toda la antigüedad, se compensan con ese deseo nunca olvidado de volver a Itaca, a su reino, a su casa, donde está la cama que construyó él mismo con un tronco de olivo. Para Eneas, junto a una mujer, no habrá ninguna diosa que prolongue la noche, para que haya tiempo para todo, para el amor y para contar sus aventuras. No, Eneas no es Ulises.

¿Cómo con un héroe tan poco atractivo se ha leído la Eneida durante siglos? La respuesta está en que Virgilio, en esos primeros cuatro libros introdujo un personaje femenino excepcional: la reina Dido de Cartago. Sin la reina Dido, tengo serias sospechas de que los lectores hubieran seguido leyendo la Eneida hasta el final.

Las naves troyanas llegan a las costas de Cartago que hace muy poco tiempo ha sido fundada. La ciudad se está todavía construyendo. Quienes la han fundado tienen una historia parecida a la de Eneas y los suyos, son también exiliados, fenicios de la ciudad de Tiro, pero a diferencia del grupo de Eneas, y como le dice su madre Venus a la que encuentra trasformada en doncella espartana cazadora: “acaudilla la hazaña una mujer”. Esta mujer es la princesa de Tiro, Elisa, hermana del rey Pigmalión, que ha mandado asesinar a su cuñado Siqueo. Elisa, que ha fundado una ciudad con los exiliados que quisieron seguirla. La reina Dido de Cartago, la errabunda.

Como Alcinoo, rey de los feacios, Dido recibe en su palacio Eneas y los suyos. Y como Alcinoo con Ulises, al final del banquete Dido pide a Eneas que cuente sus aventuras, lo que les ha llevado a las lejanas costas de África, tan lejos de Troya…, y Eneas comienza su relato:

Infandum regina, iubes renovare dolorem.

Imposible expresar con palabras reina, la dolorosa historia que me mandas reavivar.

Dido acogerá favorablemente a los troyanos, y se enamora pedidamente de Eneas. Ella que quería ser fiel a la memoria de su marido asesinado y que rechaza la petición de matrimonio de Yarbas el rey libio, ve como toda su voluntad se desmorona. Es cierto que detrás está Venus y su hijo Cupido, que tomando la forma de Ascanio es abrazado por la reina y “asalta el alma largo tiempo sosegada y el corazón que había perdido ya la costumbre de amar”. Dido intenta prolongar todo lo que puede la noche haciendo que su huésped relate la caída de Troya y su viaje…, y ya en el libro IV, terminada la larga noche Dido se sincera con su hermana Ana, la que después será asimilada a la diosa romana Anna Perenna:

Agnosco veteris vestigia flamea.

Vuelvo a sentir en mí el resquemor de la primera llama.

La historia de amor de Dido y Eneas es obra de la genialidad de Virgilio. No existía en los relatos mitológicos anteriores. La historia de Eneas y la historia de Dido eran relatos diferentes. Y aunque en los relatos griegos de periodo helenístico había ya historias de amor, en la Eneida está la primera gran historia de amor de occidente.

Las intrigas de Juno y Venus darán su resultado: la tormenta el día que salen de caza, el refugio en la cueva donde se producirá al unión y la situación en que se verá Dido, pues está claro que la verdaderamente herida por Cupido es ella.

Ille dies primus leti primusque malorum

Causa fuit : neque enim specie famave movetur

Nec iam furtivam Dido medidatur amorem :

Conigium vocat, hoc praetexit nomime culpam.

Fue aquel el primer día de muerte, fue la causa de los males,

Dido ya no se cuida de las apariencias ni atiende a su buen nombre,

Ni se imagina el suyo amor furtivo. Lo llama matrimonio.

Usa ese nombre por velar su culpa

¿Culpa? ¿Qué culpa? ¿Acaso Dido no es libre? ¿Acaso no es libre Eneas? Dido es una viuda, no una adúltera. Pero Eneas no es libre, Eneas tiene que cumplir con el destino que le han decretado los dioses a los que no desobedecerá. Porque lo curioso del relato es que Dido ya ha realizado lo que tiene que todavía conseguir Eneas: fundar un Estado. Porque Dido no es ninguna adolescente, hija de rey como Lavinia, la que será la esposa latina de Eneas, esperando el marido que le asigne su padre y el destino. Dido es una mujer de acción que ha sabido conducir a los exiliados de Tiro, se ha vengado de su hermano asesino y ha fundado una ciudad. Y aun en su desesperación cuando Eneas le comunique que la abandona: “ni siquiera un hijo tuyo me queda, un pequeño Eneas”, Dido no olvida que es reina: no quiere seguir a las naves de los teucros “sumisa a sus más duras órdenes”, pero tampoco “a unos hombres que  arranqué de Sidón a duras penas, los forzaré otra vez a bogar por los mares”. No, la princesa Elisa de Tiro, la reina Dido de Cartago, será reina hasta el final, cuando está a punto de suicidarse con la espada dice:

Dulces exuviae, dum fata deusque sinebat,

accipite hanc animam meque his exolvite curis.

Vixi et quem dederam cursum fortuna peregi,

Et nunc magna mei sub terras ibit imago.

Urbem praeclaram statui, mea moenia vidi,

ulta virum poenas inimico a fratre recepi,

felix, heu nimium felix, si litora tantum

numquam Dardaniae titgissent nostra carinae.

Dulces prendas un tiempo,

mientras el hado y dios lo permitieron

tomad mi alma y libradme de esta angustia!

He vivido mi vida, he dado cima al curso que me había fijado la fortuna.

Ahora caminará mi sombra, plena ya, bajo la tierra.

He fundado una noble ciudad, he visto mis murallas,

He vengado a mi esposo y le he cobrado el castigo a mi hermano, mi enemigo.

¡Feliz, ay, demasiado feliz si no hubieran jamás

naves troyanas arribado a mis playas!

Y aún amando a Eneas maldice su estirpe. Así Virgilio es profeta a posteriori, dando un origen mítico a las guerras púnicas y a la figura de Aníbal:

Y vosotros, mis tirios, perseguid sañudos a su estirpe,

y a toda su raza venidera, rendid este presente a mis cenizas:

Que no exista amistad ni alianza entre ambos pueblos, ¡Alzate de mis huesos,

tú, vengador, quien fueres, y arrolla a fuego y hierro a los colonos dárdanos,

Ahora, en adelante, en cualquier tiempo que se os dé pujanza!

Muchos siglos antes que existieran los trovadores y se creara el Amor Cortés que ha dado desde entonces su visión del amor a occidente, mucho antes de las historias de Tristán e Isolda, y Lanzarote y Ginebra, mucho antes que Abelardo y Eloisa se jugarán su posición social e incluso su vida en el París del siglo XII, mucho antes de que Paolo Malatesta y Francesca de Rímini estuvieran eternamente juntos en el Infierno de Dante, y muchos siglos antes de que Shakespeare escribiera Romeo y Julieta, Occidente conoció una historia de amor trágico, pero esas otras historias posteriores, la fueron dejando en segundo plano. Sí, tuvieron que pasar muchos siglos hasta que en la corte de otra reina, un compositor obsesionado con la palabra nunca, en lengua bárbara e hiperbórea, encontrara las notas que nos volvieron a enseñar el dolor por el amor no correspondido de la reina Dido de Cartago.

When I am laid in earth, / Cuando yazga en tierra, mis

May my wrongs createequivocaciones no deberán crearle

no trouble in thy breast;problemas a tu pecho;

remember me, but /  recuérdame, pero,

ah! forget my fate. / ¡ay!, olvida mi destino.

“hunc ego Dite

sacrum iussa fero teque isto corpore solvo”.

Sic ait et dextra crinem secat: omnis et una

Dilapsus calor atque in ventos vita recessit.

Tomo como me mandan, esta ofrenda consagrada a Plutón.

Te desligo de tu cuerpo”. Dice y le corta el bucle con su mano.

Al instante se disipa todo el calor del cuerpo y su vida se pierde entre las auras.

P. VERGELI MARONIS, Opera, Scriptorum Classicorum, Bibliotheca Oxonensis, Oxford, 1966.

VIRGILIO, Eneida, Biblioteca Clásica Gredos, 166, Editorial Gredos, Madrid, 1992.

Henry Purcell, Dido & Eneas, traducción: Kareol.es

Post scriptum. Esta puesta en escena es muy hermosa y respetuosa.

Anuncio publicitario

8 pensamientos en “Infandum, regina, iubes renovare dolorem

  1. Pingback: Escribiendo en la niebla | El bosque de la larga espera

  2. Un trabajo precioso y riquísimo. Me ha gustado mucho el análisis que haces de estas obras. Para mi novela, seguí a Virgilio, punto por punto, en la parte relativa al encuentro entre Dido y Eneas, aunque desde una perspectiva un poco diferente. Así que presento dos versiones: la de Virgilio representada por un poeta troyano, y la de los cartagineses, sostenida por la narradora principal, la fenicia señora Imilce. Me encantaría que pudieras leer mi novela y darme tu opinión. Un abrazo.

    • Gracias Isabel.
      El título de la entrada es un recuerdo de mis clases de COU cuando el profesor nos enseñaba a medir hexámetros.
      Creo que de los personajes femeninos de la épica clásica precisamente el más rico y humano es Dido, el más cercano a nosotros. Penélope, Helena, Casandra…, pertenecen a otro mundo. Quizá Dido me gusta tanto porque pese a ser una perdedora en el amor es una mujer que ha triunfado por si misma. No deja de ser curioso como digo, que Dido ya ha realizado lo que tiene que hacer Eneas: ha fundado una ciudad floreciente…, y no porque se lo hayan ordenado los dioses.

    • Una noche de insomnio 🙂
      Si tengo que tener en cuenta las visitas que tiene esta entrada debo declararla uno de mis best seller, dentro de lo minoritario que es este blog.
      Es un refugio poder volver a los versos y la historia que cuenta Virgilio, donde se engrandece Dido y se empequeñece ese Eneas que huye. Los versos que comienzan dulces exuviae… han sido recordados durante siglos y puestos en música muchas veces.

      No sé si has escuchado alguna vez polifonía renacentista, para mí es de la música más maravillosa que se ha compuesto nunca. Aquí están las palabras de Dido puestas en música por Josquin Desprez. Le dedicaré una entrada más adelante.

      • Nunca había escuchado algo así. No exageras nada en tu apreciación, Hesperetusa. Gracias, otra vez, por compartir tantas cosas.

  3. Me he emocionado con la música y tus palabras. Dido realmente hace de la Eneida una historia de una riqueza y dramaticidad únicas. Sigo descubriendo siempre tantas maravillas en lo que compartes. Gracias.

  4. Pingback: Los números de 2015 | El bosque de la larga espera

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s