Dos Afroditas y una Venus

Borghese

Hay en Roma, un museo especialmente querido por mí. No es un museo grande, y pese a ser uno de los más importantes  museos de Europa, su ubicación, lejana al centro antiguo visitado por los turistas de uno o dos días de estancia, y por su tamaño que no permite grandes aglomeraciones, no más de doscientos visitantes en cada turno de visita, con reserva previa, lo hacen relativamente desconocido, pese a que algunas de las obras más famosas del Renacimiento y del Barroco se encuentren en él.

Galleria Borghese, el museo de que hablo, está en el casi único corazón verde de una ciudad tan pétrea como Roma: el parque de Villa Borghese, más allá de la Porta Pinciana. El museo se basa en la colección privada del cardenal Scipione Borghese, sobrino del Papa Pío V (1605-1621). Scipione Borghese fue mecenas de Gian Lorenzo Bernini, Caravaggio, Guido Reni y Rubens, entre otros artistas. Su colección de arte, se trasladó en los años veinte del siglo XVII a Villa Borghese. En 1633 el cardenal instituyó un fideicomiso para vincular la colección a su familia y evitar que se dispersase.

La colección de arte permaneció unida no sin dificultades, Napoleón la saqueó, aprovechando que era cuñado de Camilo Borghese, el cual se había casado con su hermana Paolina. En 1902 Villa Borghese fue adquirida por el Estado, y en 1906, el inmenso parque fue cedido al Ayuntamiento de Roma y convertido en el parque público que es hoy.

Galleria Borghese tiene algo de recoleto, de íntimo, pues aunque la Villa que da cabida al museo no es precisamente pequeña, queda muy lejos del tamaño de los Museos Vaticanos, por poner un ejemplo de la misma Roma. El deambular por sus salas es una experiencia de calma y de silencio, pues la gran cercanía con las obras de arte implica que no pueda haber grupos parloteando. Tampoco se permiten las fotos, de obras por otra parte archifotografiadas y que luego se pueden encontrar en la tienda. No, no se puede posar ante Apolo y Dafne, pero puedes verlo a pocos centímetros, tomarte tu tiempo, encontrar los detalles que jamás ninguna foto del más maravilloso libro de arte podrá darte y algo que no siempre se puede hacer en otros museos: rodear la estatua para tener toda la percepción de la tercera dimensión de la escultura.

Pero no quiero hablar aquí de Galleria Borghese y de las obras de Bernini, que están casi todas en la planta baja. Quiero hablar de dos cuadros. Uno de ellos es muy famoso, es una de las obras más famosas de la pintura europea, el otro no lo es tanto, los visitantes apenas lo miran, pues siempre que he estado en la sala en que están colgados, me he dado cuenta, y sin embargo, ambos tratan el mismo tema.

Galleria Borghese tiene una característica en su manera de hacer la visita que me recordó al Rijksmuseum de Ámsterdam. En el Rijksmuseum, nada más entrar se ven indicadores que ponen: Ronda Nocturna, como si de todas las obras que encierra, la mayoría de los visitantes solo se interesaran por esta pintura de Rembrandt, lo que en buena parte es cierto. En Galleria Borghese no es así, pero cuando vas por la pinacoteca, que está en la planta superior, el trayecto te lleva indefectiblemente a una sala, no demasiado grande, la sala 20, donde está la pintura veneciana del siglo XVI.

La primera vez que vi una reproducción de Amor Sagrado y Amor Profano, tendría entre doce y trece años. Fue en casa de una compañera de escuela donde había ido a hacer los deberes. Por alguna razón relacionada con ellos debimos consultar una enciclopedia que tenía en su casa y apareció la ilustración del cuadro. Me quedé fascinada, por la obra y por el título. Comenzó entonces un amour de loin, que he tenido también con otras obras de arte, hasta que al fin he podido, en algunos casos, hacerlas mías al contemplar el original o envolverme en su espacio.

Amor Sagrado y Amor Profano, de Tiziano, es una obra muy conocida y fotografiada. Hay varias interpretaciones de ella que no voy a tratar aquí porque de sobra se pueden consultar en otra parte. De hecho, el título que tiene se le puso en el siglo XVIII, para poder explicar el papel de la figura desnuda, no es el original, que no sabemos. Es posible que sea solo un cuadro de boda, como una versión más refinada de las Bodas Aldobrandinas, pero sin novio, o que en efecto represente a las dos Afroditas, de las que se habla al comienzo de El Banquete de Platón: la Afrodita Urania o Celeste y la Afrodita Pandemos o Vulgar. La representación del amor puro y del amor terrestre que da lugar a bajas pasiones, según las interpretaciones neoplatónicas del Renacimiento. Entre ellas, jugando con el agua del sarcófago que sirve de fuente, Eros o Cupido, hijo de Afrodita, el encargado de prender la pasión amorosa.

Cuando yo vi la reproducción por primera vez y su extraño título, identifiqué a la figura desnuda, con el Amor Sagrado. La desnudez en determinados contextos desde la antigüedad, ha significado divinización y alejamiento de lo terreno. También para mí las dos figuras femeninas son el mismo personaje en dos actitudes diferentes, pero la nobleza de la actitud de la figura vestida la alejan de toda “vulgaridad”, no es posible que represente a las bajas pasiones. Esta Afrodita vestida no es la Pandemos del diálogo platónico, es más bien la Venus Genetrix romana, la protectora de los matrimonios legítimos, del amor entre los esposos y la procreadora y cuidadora de los niños. Un amor tan sagrado como el de Afrodita Urania.

Cuando los visitantes llegan a la sala 20 sienten que han culminado su visita a Galleria Borghese. Aunque los visitantes de la sala nunca son muchos, siempre hay más en esta sala que en otras. Miran la obra, tan hermosa, aunque el verdor del paisaje ha amarronado con los siglos, se detienen ante ella unos minutos más o menos largos, echan una mirada rápida al resto de la sala…, y se van.

Pero…, enfrente de Amor Sagrado y Amor Profano hay otra obra de Tiziano. Tiziano pinto Amor Sagrado y Amor Profano en 1514, cuando tenía unos veinticinco años, cincuenta años después, en 1565 en el último tramo de su vida, Tiziano volvió a pintar a Venus y al Amor en su dualidad. El cuadro, aunque lo había visto en reproducciones e incluso estudiado su significado en la obra de Panofsky, ante Venus vendando a Cupido o la Educación de Cupido, había pasado siempre más o menos de largo. Hay tantas obras en la Historia del Arte, tantas interpretaciones, tantas reproducciones…, no, esta obra cuando vi su reproducción por primera vez, en un tiempo que no recuerdo, no me causó la conmoción de su hermana mayor. La conmoción se produjo cuando, la primera vez que visité el museo, al volver la vista en la sala 20, la vi colgada enfrente de Amor Sagrado y Amor Profano.

En nuestro mundo saturado de imágenes y de reproducciones a alta resolución ¿Qué pueden significar las obras originales? Saber que son únicas, que esa combinación de fibras textiles, madera, pigmentos y aceite es única. Que hubo un momento en el tiempo que el genio de un pintor reunió toda esa materia y creó algo único, una obra singular que está en un solo lugar del mundo. Que existirá durante un tiempo antes de desaparecer. Que todo lo demás son sombras de esa obra. Que privilegio poder maravillarse por primera vez, mirar con ojos limpios. Ahí está enfrente de su famosa hermana, casi nadie la mira con detenimiento, solo se fijan en la otra, la que tuvo la suerte de hacerse muy visible, muy famosa, por la que se ofrecieron pagar por ella más que por toda Villa Borghese y sus obras…, la que me fascinó cuando era una niña.

No es una obra desconocida, todos los que han estudiado a Tiziano alguna vez se han encontrado con ella, pero es uno de los cuadros más bellos y tristes que se puedan encontrar, una visión del amor que está lejos de la exaltación de las dos Afroditas. La bella Venus venda indiferente a su hijo y su hijo, porque es el mismo a quien está vendando, mira tristemente apoyado en el hombro de su madre. El arco y las flechas están preparados y Eros se encamina a hacer su tarea, pero ¿Qué dicen los ojos del Eros que sí vemos, del que no lleva los ojos vendados? Voy a atreverme a dar palabras a esa mirada:

No tiene la culpa mi madre, bella e implacable como bello e implacable es el mar, ella hace lo que tiene que hacer: me prepara vendando lo ojos, porque tú, humano, hombre o mujer, también los tendrás vendados, cuando como yo, ahora, los deberías tener abiertos. No importa quien seas, ni la edad que tengas. No importa las veces que yo te haya herido. Porque cuando te hiera de nuevo, de nuevo te cegarás. Sentirás la felicidad que crees durará eternamente. Pero cuando yo me vaya, porque siempre me marcho, dejaré la devastación tras de mí.

Venus

2 pensamientos en “Dos Afroditas y una Venus

  1. No conozco la Galleria Borghese, simplemente la he visitado como mero peregrino inmóvil desde las láminas de los libros… sin embargo, no sería Tiziano el que me hiciera visitarla. No sé que tiene su obra que me deja bastante indiferente… mis visitas siempre estuvieron centradas en Rafael, Corregio y, como no, Caravaggio. Sin embargo, no me quedo indiferente ante la forma que tienes de describir ambos cuadros, me ha parecido interesante la forma en la que te llegan. Imagino que cada cual usa los ojos propios y un poco de ojos prestados para meramente encauzarse ante lo que ve. Hay un inestable equilibrio entre el excesivo conocimiento a priori y los «ojos nuevos» con el que es difícil lidiar. Lejos quedo del «Saper Vedere» que pregonaba Leonardo, tal vez sea ese mi acusado defecto para con Tiziano.
    En cuanto a la naturaleza de Eros, no creo que al saetero le preocupe mucho lo que duren sus disparos… creo que le preocupa más el disparo en sí… ese momento sublime… de lo que ocurra después creo que ya se ocupan otros. Tampoco creo que nos deba preocupar mucho a los atravesados, ya que la cuestión no es temer ser desvastado una y otra vez y tomar medidas que solo sirven de triste excusa… pues la verdadera flecha llega cuando sabes que va a ocurrir pero no te importa en absoluto, cuando apenas te paras a pensarlo mientras se lleve bien clavada.

  2. Tiziano tampoco es que sea mi pintor favorito, de hecho creo que ninguno lo es, aunque algunos mal llamados primitivos flamencos se acercan bastante. Con los artistas, tengo temporadas, como supongo que nos ocurre a todos. Pero hay obras que te llegan en un momento determinado de la vida. Cuando yo vi por primera vez la reproducción de Amor Sacro y Amor Profano, ya tenía un pequeño curriculum de museos, no es que viera por primera cuadros, pero una obra puede fascinarte en tu infancia o tu adolescencia y cuando la ves de verdad ya no sientes más que indiferencia. Los años han pasado, has visto ya mucho y cantidad de libros e interpretaciones te han saturado. Eso es un verdadero peligro para quien como nosotros nos ponemos a estudiar en serio Historia del Arte, las obras pueden dejar de verse.
    Cuando ví la obra original fue un momento importante, pero había ido perdiendo parte de su fascinación con los años. Y saber que pagaban por ella más que por toda Villa Borghese con todas sus obras de arte, hace ver que estuvo muy sobrevalorada, y comprender el descrétido en que habían caido Bernini o Caravaggio.
    Lo que sí fue importante en aquella primera ocasión fue el poder ver la otra obra con «ojos nuevos». Eso es algo que cada vez ocurre menos. Y pese a que Tiziano no sea mi pintor preferido esta es la obra que prefiero entre todas las suyas y me sentí bastante mal, cuando en el 2008, en mi tercera visita, estaba en préstamo al Kunsthistoriches Museum de Viena.

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